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Foto del escritorFrancisco Escudero

CONSIDERACIONES SOBRE EL DUELO EN LAS RUPTURAS EMOCIONALES


En este artículo voy a desarrollar algunas consideraciones específicas sobre el duelo que se dan en las rupturas de carácter sentimental -separaciones y divorcios-. Antes de nada, es importante esclarecer que un fenómeno psicológico -como es el duelo- no atiende a una explicación lineal donde se describa la respuesta mecánica de una persona ante una situación particular. La forma en la que se desarrolla un duelo atiende a multitud de factores. Cada persona es única y está inmersa en un contexto irreplicable. Cada uno tiene una personalidad -por ejemplo, una persona dependiente vivenciará el duelo de una manera distinta a otra que sea más independiente-. Cada persona reporta unos valores y creencias distintas. También influirá la perspectiva vital y la narrativa de cada uno -para unos el divorcio será el indicador de un fracaso vital, mientras que para otros será un proceso normal dentro de un recorrido de experiencias diversas y vínculos relacionales de tránsito-. Por no hablar de los conflictos personales y dilemas que cada uno pueda tener en el contexto de la ruptura y en el marco de la relación. Todo ello hará que cada persona viva una experiencia particular que no pretendo simplificar, universalizar, ni reducir, en este texto.


Una buena pregunta para comenzar sería ¿Qué es un duelo? Un duelo es un proceso natural que se da como consecuencia a una pérdida o abandono de una persona significativa de nuestro entorno. Cuando decimos que es un proceso natural, lo que estamos revelando, es que dicha reacción tiene un valor adaptativa; esto es, nos moviliza de una manera activa para adaptarnos a las nuevas condiciones del medio. Las emociones favorecen que podamos ejercer cambios que, generalmente, nos permiten mejorar nuestra adaptación a las condiciones que vivimos -obsérvese el origen de la palabra "emoción" que se forma sobre movere (mover, trasladar, impresionar) con el prefijo e-/ex- (de, desde) y significa retirar, desalojar de un sitio, hacer mover-. Por poner un ejemplo, el enfado suele ser una emoción cuya función suele ser la de que restauremos nuestra dignidad. Si nunca sintiéramos acabaríamos siempre estando en el mismo status quo y nunca avanzaríamos en nuestro recorrido vital.


Desde una perspectiva general, debemos entender que los cambios abruptos del medio -pérdida de un empleo, un terremoto, la caída súbita de un régimen político...- suelen generar respuestas emocionales en los individuos. Dichas emociones desencadenadas suelen también tener un componente de estrés. Dicho estrés es el resultado de la carencia de recursos para hacer frente a esos cambios, pero es precisamente dicha respuesta emocional la que -si no nos quedamos atascados en el camino- propiciará que desarrollemos nuevas estrategias para afrontar esas nuevas condicionales vitales.


Si no fuera por la vivencia del duelo no nos readaptaríamos, no nos actualizaríamos afectivamente -algunos seguirían enganchados a su primer amor del instituto- no encontraríamos esa nueva postura en nuestra realidad que nos permita avanzar sin caer en la negación de lo que ha sucedido.


Son cuatro las tareas que se deben resolver para que dicho proceso se resuelva exitosamente (Worden, J. William, 2013):


Tarea 1 - Aceptar la realidad de la pérdida -Todos sabemos que exponernos a la realidad de una pérdida es una tarea difícil, requiere paciencia, delicadeza y tiempo.

Tarea 2 - Elaborar el dolor de la pérdida -Enterrar las emociones y no exponernos al dolor consecuente de una pérdida puede dificultar nuestra reajuste emocional. Aunque no se considera necesariamente inadecuado la falta de acceso a nuestras emociones tras el impacto inicial de la pérdida.

Tarea 3- Adaptarnos al mundo sin esa persona - Esta es una tarea complicada, cuyas dificultades no suceden en el impacto de la pérdida sino cuando, en el día a día, nos percatamos de las carencias que dejó la persona.

Tarea 4- Hacer tu nueva vida y generar una conexión perdurable con la persona - En algunos divorcios se puede acabar por "endemoniar" a la expareja. Aunque las posiciones extremas pueden ser buenas al comienzo del duelo, lo que finalmente indica que el duelo se ha resuelto adecuadamente es que recordemos al otro sin alterarnos demasiado emocionalmente y reservando una mirada objetiva con respecto a sus defectos y sus virtudes. Ser menos reactivo emocionalmente también supone ser menos esclavo del pasado. Más que olvidar, es conveniente guardar una conexión con las vivencias que hemos compartido con esa persona en un espacio imperturbable de nuestro almacén de recuerdos.


Habiendo descrito el duelo en general, me voy a centrar a continuación en esas consideraciones que he extraído del contexto específico de una ruptura de pareja.


La falta de normalización y tolerancia del duelo. En el seno de nuestra cultura, a veces, se propaga la falta de tolerancia a las emociones negativas/disfóricas y con ello también una falta de tolerancia a la frustración. El individualismo imperante, la oferta constante de placeres dentro de un marco cultural hedonista, así como el consumo de los mismos para paliar los estados emocionales negativos, dificultan que aprendamos a gestionar y lidiar con dichas emociones.


Otro ejemplo de ello es la tendencia a la hipermedicalización y a diagnosticar procesos que, en sí mismos, son naturales y adaptativos -ejemplos de ello se da con la clásica confusión entre la tristeza propia del duelo con una depresión-. La consecuencia de todo ello es la desnaturalización de las emociones negativas y del proceso de duelo. El riesgo de ello es, que lejos de generar cambios, acabemos buscando, con demasiada prontitud, soluciones paliativas con el objetivo de escapar del malestar emocional. Cuando desnaturalizamos las emociones y las vemos como nuestra enemigas, lejos de regularlas y construir nuevos equilibrios, lo que conseguimos es obstaculizar el proceso de duelo, en el que dichas emociones se desenvolverían de una manera natural, funcional e integral.


El que deja la relación también puede sufrir. La mayoría de personas que abandonan una relación suelen hacerlo cuando el desgaste ha empezado a dominar la relación. En esta circunstancia, los costes de estar acompañado por la otra persona cobran mucha más importancia que los beneficios. En la medida en la que pasa el tiempo y el desgaste se atenúa, la persona también puede sensibilizarse a las carencias que dejó la relación y comenzar a recordar los beneficios de permanecer. En la misma medida, los costes pueden empezar a minimizarse -las emociones son tendenciosas-. Como dijimos anteriormente, es una vez superada la luna de miel propia de la ruptura inicial -eminentemente del que decide dejar la relación- cuando las carencias de haber abandonado la relación empiezan a emerger -se tiene que empezar a convivir con la soledad, la ausencia de una estabilidad afectiva, la ausencia de acceso al sexo con regularidad, así como un largo etcétera-.


Muchas personas no cuentan con vivir estas emociones y cuando acceden a estos momentos de malestar, lejos de normalizarlas y regularlas, lo que hacen es emitir juicios de valor, pensar que deben tomar decisiones precipitadas, o generar otras emociones secundarias de culpa, arrepentimiento y desesperación. Esto sucede porque se idealiza el proceso de duelo, y se cree que no se va a echar en falta a la persona que se ha decidido abandonar -en algunos casos la persona se deja llevar por estos sentimientos e intenta recuperar la relación impulsivamente-. Algo parecido sucede con algunas mujeres que acaban de ser madres. La idealización de la maternidad hace que crean que van a estar todo el rato encantadas de ser madres. Sorpresa para ellas cuando tienen que lidiar con el desgaste, el cansancio, el sacrificio de algunas actividades lúdicas o de ocio, que solían hacer antes de ser madres, etc. La idealización del la maternidad les puede llevar a emitir juicios usando como indicador la emoción que tienen "si sientes esto es porque no quieres a tu hijo lo suficiente" y acabar por fustigarse obsesivamente.


Es normal que las emociones negativas ocupen lugar durante el proceso de maternidad. Estas son un reflejo de tus necesidades, al igual que es normal sentir nostalgia por una persona que has decidido abandonar. Tomar esto como una expresión válida de tu necesidad de conectar con alguien, o de vincularte sentimentalmente, puede ser más sano que embarcarte en el relato de haber cometido "el mayor error de tu vida" -no quiero decir con ello que restaurar el vínculo sea una mala opción, pero sí advertir de la inconveniencia de tomar decisiones impulsivas bajo la candencia de estados emocionales intensos-.


La intensidad emocional irá disminuyendo gradualmente pero también discontinuamente. Como comentamos anteriormente, al comienzo de la ruptura, las emociones suelen ser muy intensas. -Al igual que una herida en la piel, ésta empieza a cicatrizar pasado un tiempo tras la inflamación inicial-. A pesar de que una persona puede tener muy claro que no quiere continuar en una relación, seguramente seguirá sintiendo episodios disfóricos de tristeza, nostalgia y el posible deseo, o impulso, de contactar con la otra persona. Esto tiene bastante sentido, puesto que el ajuste afectivo suele ir más lento que el ajuste mental -el apego aguarda en una parte de nuestro cerebro que requiere su tiempo para reestructurarse, al margen de que estemos plenamente convencidos de haber actuado correctamente-. Con el tiempo las emociones acabarán por atenuarse y los pensamientos adquirirán más definición.


En ocasiones, algunas personas pueden entrar en conflicto por esa diferencia que encuentran entre lo que piensan y lo que sienten. Es importante entender que exponerse a esos episodios de disforia es necesario, puesto que contactar con esas emociones es, precisamente, lo que nos va a permitir reestructurar nuestro afecto y redirigir nuestro apego. Al igual que una emoción de miedo por un perro, solamente podemos cambiar nuestra emoción si nos exponemos sucesivamente a ese miedo y aprendemos a dejar de temer. Esto obedece a la máxima psicológica sin activación/exposición no hay reestructuración.


El problema sucede cuando lejos de normalizar dichas emociones, algunas personas se dejan llevar por los pensamientos automáticos e inflexibles que dichas emociones generan: "no volveré a hacer mi vida con nadie" "he fracasado". Dichos pensamientos tienen un carácter ansiógeno, urgente y también irreflexivo -nos olvidamos del bosque y solo nos focalizamos obsesivamente en el árbol coherente con la emoción que estamos teniendo-. Algunas personas acaban trepando desesperados por dichos pensamientos, y lejos de concebirlos como resultado de un estado emocional transitorio, acaban por elaborar más pensamientos que alimentan los sentimientos de inutilidad y culpa.


Es importante regular los juicios severos que podemos hacernos en esos momentos "he perdido lo que más quiero" así como los juicios que patologizan nuestro estado "mis emociones son destructivas, me hago daño a mi mismo y a los demás". Las emociones se suceden de una manera irregular, habrá momentos buenos y malos. Los estados emocionales entran en nosotros como olas que nos empapan pero que acaban, finalmente, por extinguirse en la orilla. Es importante tener contacto con las emociones, pero no tomar decisiones impetuosas que nos hagan decir o hacer cosas por las que luego nos arrepintamos.


El duelo es una lucha entre una parte de nosotros que quiere regresar y otra que quiere avanzar. No somos seres unidimensionales, tenemos distintas facetas e instintos. Se reconoce que todos tenemos una parte más liberal, que quiere ir a la vanguardia y dar pasos hacia nuevos horizontes, así como otra parte más conservadora, que va a la retaguardia, y pretende, que ante la potencial amenaza de los cambios, no nos alejemos de aquello que nos da seguridad. Dichas necesidades contrapuestas -pero que forman parte de la tripulación del mismo barco- pueden generan que se alternen momentos de disforia con momentos de euforia -en los primeros se nos activa la máxima "sin tí no soy nada". En los segundos prima la sobreconfianza en la capacidad de pasar página-. Nos podemos dejar capturar por un estado y por el otro. Este es un proceso normal, hasta que cada emoción acaba por posar -igual que cada tripulante entiende su función en la navegación-. Lo disfuncional es lejos de permitir nuestra inestabilidad, acabar por estigmatizarla con declaraciones como "creo que tengo un trastorno bipolar".


El apego es un instinto, y esa parte conservadora de nosotros pretenderá que no nos desvinculemos de aquello que nos ha proporcionado cobijo y seguridad afectiva durante mucho tiempo. De igual modo que una persona adicta a una sustancia cree, en algunos momentos, que no es capaz de vivir sin la sustancia, también podemos sentir lo mismo ante una ruptura. No se trata de estigmatizar ninguna de esas dos partes en nosotros, sino de consentirlas y tomar decisiones teniendo en cuenta el computo general de lo que deseamos y sentimos. Sin dejarnos llevar por la ceguera transitoria que nos genera el exceso de pasión de nuestras emociones -algunas personas pueden caer en la idealización de la expareja (recordar las virtudes, pero generar una amnesia tendenciosa sobre los defectos) como consecuencia de su necesidad de restaurar el vínculo anhelado-.


La elaboración del pasado puede convertirse en una obsesión. Como hemos dicho antes, un proceso de duelo no te lleva a "desgarrar tu vinculación totalmente con la otra persona" sino a restaurarla ésta desde un ángulo más sano y adaptativo que te permita avanzar de una manera realista en la vida -siempre tendrás que convivir con su recuerdo-. Tan disfuncional puede resultar que, tras años de una separación, se siga creyendo que "yo perdí mi verdadero amor y que mi vida es un fracaso desde entonces como consecuencia de mis errores" como considerar que "la otra persona me ha destrozado la vida y por ello no debo volver a exponerme emocionalmente a nadie" -en el primer caso estoy cediendo a una narrativa culpabilizante y condenatoria ante la ruptura, en el segundo caso lo estoy haciendo ante una narrativa victimista y martirizante-.


Situar a la expareja en un espacio sano consiste en recordar sus virtudes, y sus defectos, sin que su recuerdo nos llegue a propiciar un golpe súbito en el pecho -para algunos autores, el dejar de tener estos golpes emocionales es un indicador de que el duelo se ha superado-. Yo mismo he podido notar como mis pacientes están mejor cuando hablan de su expareja sin tanta vinculación emocional, primando una perspectiva más realista y a la vez desprendida e independiente sobre la misma. Eso se consigue con el tiempo.


De algún modo, una ruptura emocional puede ser una gran fuente de desgaste, puesto que ésta suele requerir nuevos recursos -lidiar con una nueva manera de relacionarte con tus hijos, adaptarte a un nuevo lugar de residencia, hacer frente a nuevos retos económicos, abrirte socialmente a nuevas amistades, etc-. Cuando el duelo se cronifica, y nos engarzamos en el proceso, puede dificultarse la destinación de recursos a los requerimientos del ambiente -¿Quién no ha conocido a una persona en duelo que acaba ensimismada e indefensa ante los requerimientos de su nueva vida?-. Dicho estancamiento puede conllevar que sintamos que no podemos avanzar y que intensifiquemos un sentimiento de ruindad y desesperanza que nos lleve a creer que no tenemos el control de nuestra vida ni de nuestras emociones.


Como dijimos anteriormente, la retaguardia de nosotros, pretenderá que recordemos el pasado buscando errores personales para convencernos de regresar con la otra persona. Por otro lado, la vanguardia de nosotros, puede hacernos pensar en el pasado para reafirmar los motivos por los que decidimos romper. Con su debido tiempo y sin precipitarse, se acaban por ver las cosas desde una perspectiva más global.


Una especial mención merece aquí el enfado. Algunas personas acaban, obsesionadas, elaborando la narrativa de su vida intentando conciliarse con la incredulidad que les generó la ruptura. No quieren aceptar la realidad. En algunas ocasiones viven situaciones humillantes, pero, sin embargo, nunca llegan a enfadarse. Esperan que un día todo se revierta y se vuelcan en encontrar una explicación que revierta todo lo sucedido: "en el fondo me ha abandonado pero algún día se arrepentirá" "ha decidido alejarse porque tiene miedo de ser dañado afectivamente". Conectar con el enfado puede estar más en consonancia con su situación y ayudarle a restaurar el control.


Al principio debemos evitar, luego nos exponemos. Como dijimos antes, al comienzo de una ruptura, cuando aun no se ha, ni siquiera, confrontado la situación novedosa, lo normal es que experimentemos más intensidad emocional. En ocasiones, las emociones pueden convertirse en pasiones. Las pasiones impiden que podamos pensar reflexivamente. Esto sucede porque, cuando tenemos emociones muy intensas, la parte del cerebro más reciente disminuye su activación -concretamente, la hiperactivación del sistema límbico inhibe la activación del cortex frontal- es como si de alguna manera, la parte más antiguad de nosotros tomara el control y le dijera a las más reciente y racional "ahora no es el momento, déjame a mí que llevó mucho más tiempo que tú gestionando la evolución de los mamíferos. No te vayas a pasar de moderno". Este es el motivo por el que se suele decir que si dos personas discuten demasiado enfadadas es mejor que pospongan la conversación para cuando estén menos activadas. Y este también es el motivo por el que es conveniente que, al principio, se eviten situaciones o estímulos que puedan alterarnos demasiado en el proceso del duelo -contextos que evoquen recuerdos, hablar con la expareja con demasiada frecuencia- cualquiera que haya pasado por una ruptura entenderá que, con frecuencia, cualquier tipo de estímulo o escena evoca recuerdos (y emociones asociadas) que pueden resultar especialmente indigestibles.


Por otro lado, una vez que la intensidad emocional disminuye con el tiempo, mientras que paralelamente ha aumentado la adaptación a la nueva condición relacional, también será más fácil exponerse a esas situaciones. No solamente será más fácil, sino que será lo que precisamente nos permita resolver el duelo, puesto que recondicionar esos contextos, o esos estímulos, de la persona será un buen indicador de ese necesario ajuste afectivo. Un proceso muy similar tiene lugar en una persona alcohólica que abandona el consumo. Al comienzo, ésta evitará los lugares de ocio donde solía consumir. Cuando la herida empiece a cicatrizar, acudir a dichos lugares con estrategias para afrontar dichas situaciones será lo que, precisamente, le permita mantener la abstinencia. Lo mismo puede ocurrir con respecto a la manera en la que una persona puede relacionarse con su expareja. al principio cualquier contacto con él o ella le desestabilizará, pero con el tiempo tendrá que definir desde que rol o postura quiere relacionarse con su expareja -esto es aplicable a rupturas de parejas que siguen vinculadas ante la responsabilidad de ser padres-. Superar el duelo puede requerir que se defina un nuevo rol, en el que no se tiene una relación amorosa, pero se sigue siendo padre o madre del mismo hijo. Dejar de tener la necesidad de evitar situaciones o a la persona, y desarrollar estrategias para hacerlo, es un indicador de estar adaptándonos a la situación.


En resumidas cuentas. En su debido tiempo es conveniente exponernos a lo que nos genera dolor, ello puede facilitar que nos despleguemos al futuro -es como una vacuna, cuyo pinchazo es doloroso pero nos genera resistencia a largo plazo-. En este proceso se pueden dar dos problemas, uno de ellos es que la evitación se prolongue demasiado tiempo -como habíamos dicho antes, la evitación es buena, pero si pasa demasiado tiempo y aun evitas a tu expareja por la calle, o no vas a lugares que te hagan recordar a él, lo que posiblemente suceda es que haya una negación del suceso, o una evitación disfuncional del dolor-. Eso puede acarrear problemas mayores como que el duelo se transforme en una depresión.


Aquí hay un fenómeno que yo llamo las esculturas de las estanterías. Personas que guardan un sentimiento altamente romántizado sobre todos los recuerdos que tenía con su expareja, así como una gran resistencia a desprenderse de lo que esos recuerdos representan. Lejos de tirar esas esculturas para construir unas nuevas, lo que hacen es evitar el dolor que evoca el contacto con esos recuerdos. Dichas esculturas confirman la fragilidad de sus sentimientos, alimentan las ilusiones y refuerzan una narrativa para no poder avanzar emancipándose de su expareja -un ejemplo de ello es una persona que no desea dejar de memorar y celebrar fechas especiales (el primer beso) o no quiere desprenderse de un regalo que le hace pensar en esa persona incesantemente. Otro ejemplo es el de no querer desprenderse de algunos hábitos que refuerzan el mantenimiento de la relación sentimental como dar las buenas noches cada día por whatssap o seguir paseando al perro juntos-.


El segundo problema es el contrario, que se acelera la exposición. Uno quiere confiar demasiado en su capacidad de pasar página y acaba haciendo cosas de las que luego se arrepiente, esto puede generar incluso más intensidad emocional de lo que esa persona podía esperar. Un clasico ejemplo de esto es cuando alguien intenta tener una relación o sexo justamente cuando acaba de terminar una relación. Lejos de facilitarle resolver el duelo, lo que esto hace, es hacerle sentir mal y activar mucha nostalgia y malestar súbitamente. Este punto, sin embargo, requiere un comentario adicional. No es cuestión de hacer afirmaciones lineales y universales como dije antes. Hemos de reconocer una amplia variabilidad en este tema. Hay personas que la exposición temprana a otras relaciones le facilita la resolución del duelo y otras que consiguen resolver el duelo sin nisiquiera estar con otra persona. Como dijimos al principio, los valores, creencias, personalidad y cosmovisión; resultan inconmensurables y no es mi intención dar una descripción simplista, ni moralmente prescriptiva, de las relaciones.


La esperanza por regresar a veces puede cronificar el duelo. A diferencia de un duelo por fallecimiento, en el caso de las rupturas, en algunos casos, la persona se expone a un torbellino de ambivalencias y dudas sobre si debería regresar. La esperanza hace que la posibilidad de regresar siempre se quede como una puerta medio entornada. Ante los momentos de nostalgia y tristeza ésta persona es posible que tenga una postura pasionadamente confirmatoria y compulsiva sobre el deseo de regresar. A mayor ambivalencia es más probable que haya mayor inestabilidad emocional. Esta dinámica está obviamente influida por los relatos que imperan en la manera en la que nuestra sociedad interpreta las relaciones. En ocasiones, las relaciones más difíciles y obstaculizadas adquieren un componente intensificado de romanticismo que será alimentado con la latente esperanza de que algún día, todo el sufrimiento y la incertidumbre soportada, desembocará en el cauce de una relación consumada y correspondida. No pretendo hacer una prescripción sobre qué parámetros deben regir los modelos de una relación, pero éste es un fenómeno común que, al margen de que desemboque en un éxito o fracaso ante la posible reconciliación, la realidad es que obstaculiza la resolución del proceso de duelo.


Desde mi punto de vista, el amor no debe estar rendido con la espontaneidad. Los sentimientos de desamor, y esperanzas vacuas, pueden dar lugar a situaciones complicadas y forzosas. En algunos casos, una persona acaba por mantener su esperanza, pese a que la otra parte ha caído en desatenciones, pasividad, falta de interés evidente y una obvia desvinculación. Si entendemos el amor como una expresión digna de afecto, que espera reciprocidad, uno acaba por resolver el umbral en el que no confunde la paciencia con la sumisión; la espera loable (ante las dudas del otro) con la desesperación e incapacitación para estar solo. En otras palabras, la paradoja en si misma de estar esperando al otro más de la cuenta, debería aumentar los costes de seguir con la puerta medio entornada puesto que, por definición, el amor en si mismo, quizá debería requerir reconocimiento y mutualidad. El tomar este principio como premisa puede motivar a más de una persona a generar más control en la manera de gestionar sus relaciones.


Una visión esencialista y romanticada del amor. Con visión esencialista me refiero a la percepción del amor como una cuestión maquineista -tendencia a reducir la realidad a una oposición radical entre lo bueno y lo malo-. Aspecto que viene bien descrito con la clásica imagen de un personaje quitando pétalos de una margarita..."me quiere...no me quiere". Esta visión polarizada que confronta la posibilidad de, por un lado estar ganandolo todo y por otro estar perdiéndolo todo, no hace más que intensificar la ansiedad y aumentar la posibilidad de tomar decisiones impulsivas. Esta perspectiva romántica, en ocasiones, se ejemplifica con el círculo vicioso de rupturas y reconciliaciones que a veces se da en parejas enredadas.


Esta visión esencialista también puede hacer que, la persona que abandonó a su pareja, ante la inesperada exposición a emociones de nostalgia y anhelo, acabe repentinamente por considerar que siempre ha estado enamorado de la otra persona, arrepintiéndose con ello de abandonar la relación y autoproclamandose la misión de recuperar el vínculo -en ocasiones dejándose llevar, por el relato heroico, de acabar con el dragón y rescatar a la doncella de la torre-.


Esperar una explicación para poder pasar página. Ante la pérdida por fallecimiento de un ser querido, algo que nos suele ayudar a elaborar el duelo es tener una explicación clara de lo que ha sucedido. Es este el motivo por el que, las personas con duelos de personas desaparecidas o cuyos cuerpos no han sido localizados, acaban sufriendo tanto. Y este también es el motivo por el que, en muchos casos, tener un motivo tangible de una ruptura ayuda para resolver el duelo por separación -una infidelidad, una traición concreta-. En algunas ocasiones las personas no entienden por qué ha habido una ruptura. Las explicaciones que encuentran resultan vagas e imprecisas: "ya no sentía lo mismo" "no me sentía satisfecho". Esto intensifica la búsqueda de explicaciones y el deseo de obtener una respuesta clara de los sucesos -en muchas ocasiones lleva, bien a la autoculpabilización, o a la demonización del otro-.


Aquí, es importante mencionar, que se puede dar con el tiempo otra paradoja. Pese a la falta de claridad antes los hechos (o la falta de precisión por la otra parte), dicha persona sigue esperando respuestas de una manera tenaz y compulsiva. Volvemos al punto de antes. En algunos casos, el abandono mismo de la búsqueda de explicaciones en el otro es lo que facilita la superación del duelo en sí mismo, lo cual quizá es coherente con la opacidad mostrada de la persona que decidió abandonar la relación. En este sentido, el sentimiento de enfado puede despertar en la persona el deseo de potenciar su propia dignidad y dejar de buscar aclaración ante la falta de decoro de la otra parte. Volviendo a lo que ya hemos dicho; si te han dejado en la estacada, quizás, lo que corresponde no es buscarle explicaciones a lo sucedido, sino dejar de requerir respuestas y consentir un modelo de amor donde no se intente recuperar lo que ha sido humillante.


Desarrollar nuevos recursos y buscar nuevas fuentes de satisfacción. Hay personas cuya vida social ha estado siempre insertada en su rol como pareja. Las rupturas pueden dar lugar a la necesidad de relacionarse con nuevas personas, y en ocasiones, la persona puede descubrir que sus redes sociales resultan demasiado escasas, o que carece de habilidades sociales, cuando se vuelve a esa esa extraña, e insólita, condición de solter@ -este es el motivo por el que es recomendable que en una relación sentimental no haya una monopolización absoluta de la pareja como condición para socializar-.


Esa nueva situación va a requerir que, en algunos casos, la persona encuentre otra manera de satisfacer sus necesidades. Tiene dos opciones: poner estrategias en marcha que le permitan desarrollarse, programar actividades que definan su individualidad -acceder a otras fuentes de apoyo social, por ejemplo- o quedarse en la coyuntura que se encontraba anteriormente, facilitando el aislamiento e intensificando sus sentimientos de inutilidad, culpa y soledad sin hacer nada al respecto.


Algunas personas no quieren aceptar su nueva realidad y se resisten a transigir y hacer dichos cambios. En la medida en la que definen sus nuevas actividades tienen que lidiar con el dolor de estar haciéndose real o materializando el abandono. Ocupar tu tiempo en hacer cosas que te resulten útiles (o que te gusten) te puede beneficiar, no solamente para agilizarte de una manera disociada a tu expareja, sino para no sumergirte en tu soledad, perpetuando (en muchos casos) la incapacidad de avanzar de una manera autónoma -hacerse camino al andar-. El tener tiempo para ti y para potenciar actividades gratificantes, también ayuda a amortiguar la inestabilidad emocional.


Puede darse el caso de que algunas personas se resistan a hacer su nueva vida porque, de algún modo, aun tienen esperanza de regresar con la expareja. Quieren reservarse impolutos y no dar muestras de emancipación porque piensan que, de esa manera, reducirán las posibilidades de reconciliación -es una especie de lealtad mantenida en el abstracto-. Aquí se puede caer en cuenta de una ligera paradoja. Si lo que realmente te pueda interesar es no eliminar las posibilidades de regresar con tu expareja ¿realmente se optimizan las posibilidades optando por el aislamiento y la incapacitación para adaptarse?. Una persona puede mantenerse firme ante su deseo de volver, pero ello quizá no debería servir de justificación para mantenerse desesperado e inadaptado socialmente -un razonamiento muy similar al de que la cantidad de lágrimas derramadas en un funeral correlaciona con el amor dedicado al fallecido- . Es importante evitar los autoboicots y los autoengaños: "cuanto más sufra y desesperado me muestre más probable será, que mi ex, valore mi sacrificio y tome esto como un indicador de amor verdadero hasta que, finalmente, decida volver conmigo". Puede que lo más probable sea lo contrario.


Una ruptura es un tropiezo. Una experiencia que te puede ayudar a refinar tus creencias y patrones relacionales. Cuando uno está instaurado en el torbellino emocional del duelo, le cuesta ver y concebir que lo que ha ocurrido no ha sido ni más ni menos que lo que tenía que ocurrir. Este manido tópico no suele alejarse mucho de la verdad. Si una relación se acaba por disolver es porque no había suficientes factores que la mantuvieran. Muchas personas que acaban por patologizar el duelo acaban por ceder a una visión catastrófica de lo ocurrido. Puede ser difícil de entender en ese momento, pero el duelo, es una respuesta que tiene cavidad en nosotros porque tenemos una capacidad natural para readaptarnos. Seremos más capaces de sacar más partido de la experiencia si confiamos en el proceso, si confiamos en que a lo lejos hay un horizonte nuevo -puedes imaginar el horizonte, aunque no seas capaz de verlo. O puedes imaginarte imaginándolo, si no eres capaz de imaginarlo-. Esta idea te permite no centrarte solamente en el momento del malestar y te puede ayudar a gestionar la desesperación, así como a ver el bosque y no el árbol del malestar.


A medida que las emociones adquieren más templanza, también somos capaces de entender (de una manera más íntegra) lo que ha ocurrido. En muchos casos, el dolor puede propiciar que algunas personas proclamen que van a evitar todo tipo de experiencia con nuevas potenciales parejas -muerto el perro se acabó la rabia-. Otras personas pueden acabar por sobregeneralizar en base a su experiencia particular: "siempre que me expongo acabaré por sufrir""tod@s son iguales". El problema de estas posiciones reactivas es cuando se acaban por perpetuar más de la cuenta y te privan de experiencias significativas en el futuro. Lo adaptativo es que llegue un momento en que aprendas de todo esto, redefinas tus criterios a la hora de vincularte y mires tus errores sin martirio y sin culpa, desprendido de la sensación de haber fracasado en tu narrativa de vida.


A veces parece que una catástrofe ha sido inminente y que no tenía predecesores. Sin embargo, los problemas se suelen arrastrar y, aunque los motivos se tarden en descubrir, suelen estar fraguándose durante largo tiempo en las rupturas sorpresivas -otra lección a extraer en muchos casos es la de no negar los problemas, desarrollar una actitud proactiva a la hora de revisar las relaciones para prevenir "bombas" desprevenidas-. Las relaciones son como olas, todos cambiamos a la vez que navegamos en un océano de corrientes impredecibles.


Hablando de olas. Nietzsche decía que cuando atrapas una ola en un bote de cristal, ésta deja de ser una ola. Algo parecido ocurre con los vínculos emocionales, si nos dejamos llevar por nuestra necesidad de seguridad, podemos acabar por encuadrar y catalogar de una manera estática nuestras relaciones. Una relación sin libertad de movimiento puede propiciar que la pasión y el deseo se desinfle y artificializar demasiado las interacciones.


Existen las lecciones tras la tempestad. Quizá no se pueden ver en el momento del duelo. Dichas experiencias, en muchas casos, enseñan a lidiar con al frustración, a soportar la incertidumbre, a gestionar las dudas, a desarrollar la paciencia, a resurgir cuando se creía que era imposible, a desdramatizar las separaciones, a exponerse al abandono, a readaptarse y flexibilizarse en momentos de crisis -a adquirir resiliencia, en resumidas cuentas-. Con el tiempo se puede llegar a entender que cada tipo de crisis es como una suave manipulación en la arcilla de tu personalidad, ésta, te permite ilustrar tus déficits y tus miedos, pero también te ofrece la oportunidad de aprender a corregirlos -en muchos casos, las personas en duelo por ruptura, acaban por aprender a estar solos y darse cuenta de que pueden vivir sin una relación dependiente-. Se puede afrontar el proceso cuidándose de respetar el ritmo que cada uno tenga, sin tomar decisiones precipitadas, confiando en la capacidad interna de decidir lo que es conveniente para ti. Para todo ello es necesario impedir que el miedo acabe tomando el timón, estar abierto al cambio, no obsesionarse y confiar en la capacidad natural que tenemos de superar y aprender del duelo.



Si crees que te puedes beneficiar de ayuda psicológica, no dudes en ponerte en contacto con nuestro servicio que también se ofrece por vía telemática-online:


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Francisco Escudero

27-7-2021

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