Sobre cómo percibimos y qué hacemos con el malestar psicológico.
Posiblemente, en algún momento en tu vida hayas verbalizado la siguiente frase con resignación: ¡Hoy me siento muy mal, tengo un bajón y no sé qué hacer!.
Todos en algún momento de nuestra vida nos sentimos mal, perdidos y desconcertados. Los motivos pueden ser muy diversos y, a veces, en el momento del malestar no llegamos a entender el motivo o no nos apetece indagar sobre las causas que nos generan ese estado.
Antes de todo, es conveniente entender ─partiendo del principio de que físico y psíquico forma parte de una misma unidad─ que es posible que el origen de nuestro malestar sea físico ─por ejemplo, que algo nos haya sentado mal en el estómago y que ello repercuta en nuestro estado de ánimo, y esto último en la manera en la que nos percibimos a nosotros y nuestro entorno en ese momento─. No debemos olvidar, que aunque la causa de nuestro malestar sea orgánica, las preocupaciones y miedos que se presentan obedecen a problemas reales, por lo que dichos sentimientos son genuinos y no resultado de la casualidad ─en un esfuerzo por evadir la indagación del malestar se puede atribuir a una causa estrictamente orgánica, como ocurre en el caso más extremo de la depresión cuando solo se considera la explicación biologicista del síndrome, atribuyéndolo estrictamente a un “desajuste cerebral” y obviando el resto de motivo que generan ese estado. Dicha percepción no facilita que salgamos de ese "círculo vicioso"─.
Yo soy de los que considera que, en la mayoría de casos, los precipitantes de esos “golpes” de malestar tienen un origen psicológico o se deben a un precipitante externo ─una pelea, un evento estresante que se avecina y que no sabemos afrontar, un duelo, un cambio súbito en las condiciones externas de nuestro medio, etc─. Ello no excluye que un estilo de vida saludable pueda prevenir dichos “bajones” incluyendo hábitos tales como la alimentación y el deporte regular.
Si comprendemos la naturaleza de estos bajones también tendremos la oportunidad de regularlos de una manera inteligente y sana.
Comencemos por la definición: ¿Qué es un bajón?. En términos psicológicos se le suele asignar la palabra “disforia“ que se entiende como: “una emoción desagradable o molesta, como la tristeza (estado de ánimo depresivo), ansiedad, irritabilidad o inquietud”. Cada persona vivencia esta disforia de distinta forma, algunos la experimentan a un nivel más cognitivo ─pensamientos recurrentes e incontrolables que alimentan el malestar─, otros lo vivencian de un modo más emocional, con una sensación de vacío, tristeza y llanto. Otros lo experimentan a un nivel más fisiológico ─cansancio, dolor de cuerpo, etc─. Sea como sea, la disforia suele acompañarse siempre de un estado desagradable del cual la persona desea escapar y es, en este punto, donde hay algunas cosas que nos conviene considerar.
A continuación me centraré en dos cuestiones cruciales que nos pueden influir a la hora de gestionar este estado. Uno de ellos es la manera en la que percibimos y entendemos ese malestar, el otro es la manera en la que actuamos y “alimentamos” ese malestar.
La última frase del título de esta entrada resulta muy ilustrativa ─“no se qué hacer”─. Nos convendría preguntarnos profundamente qué queremos decir cuando nos decimos a nosotros mismos que no sabemos qué hacer. En muchas ocasiones lo que esa frase implica es un deseo de escapar, dejar de estar de ese modo, y que dicho estado desaparezca súbitamente. Esa percepción es errónea, y el deseo constante de escapar del estado puede alimentar dicho malestar e incluso llevarnos a realizar conductas ansiolíticas que no resulten del todo saludables como consumir alcohol, realizar conductas autolesivas, comer compulsivamente y otros muchos ejemplos. Hay que tener en cuenta que este tipo de decisiones no solo son perjudiciales sino que refuerzan el malestar y propician que la siguiente vez que ocurra se manifieste más intensamente. Resulta como si nuestro cerebro atendiera a la siguiente lógica: cuanto peor te hago sentir más probabilidad habrá de que cedas a la tentación y escapes de este estado.
Si decido autocontrolarme y no ceder a conductas dañinas ¿Qué puedo hacer?. Ante esta pregunta quizás podría haber dos respuesta. Una de las respuesta es ¡nada!. No debemos hacer nada, en el sentido de que debemos entender que ese malestar se ha instalado en nosotros, pero que de la misma manera en la que entró se marchará. El estado de disforia muchas veces genera una sensación intensa de secuestro, como si nos hubiéramos dejado imbuir por una parte de nosotros y pareciera que se va a asentar y nos va a dominar para siempre. La ansiedad atrae más ansiedad, el dolor atrae más dolor, y debemos recordar que cuando todo lo vemos oscuro solo estamos mirando a corto plazo. Es entonces cuando debemos dirigir nuestros esfuerzos a recordarnos el largo plazo: “ese estado se pasará, no debo hacer nada por escapar de él, debemos aceptarlo, permitirlo, no luchar contra él pero tampoco dejarnos dominar y enganchar por él”. Una metáfora muy útil es la de una ola. Ese estado es como una ola que surca nuestro cuerpo con gran fuerza pero que al poco tiempo acaba disipándose en la arena y desapareciendo. El aprendizaje que nos deja el permitirla va a ser mucho más útil que el de huir de ella.
La segunda respuesta a la pregunta es que sí podemos hacer cosas, cosas que faciliten la transición de “esa ola” o que nos permitan hacerla más llevadera y experimentarla con más autoconsciencia. A veces una decisión tan trivial como coger una tableta de chocolate y pasear por un jardín, montaña o playa puede repercutir muy positivamente en nuestro estado y facilitar que nuestras reflexiones fluyan de manera más constructiva. Hay más opciones, como escribir para organizar nuestras ideas o buscar apoyo social, llamar o quedar con alguien que sepamos que nos va a comprender nos permitirá ver ese momento con más perspectiva y estructurar de manera más fructífera la percepción de nuestros problemas. El aislamiento social y la falta de energía propia de la depresión ─quedarse todo el día en cama sin salir─ sin duda alimentan el círculo vicioso del malestar. Sea como sea, lo que hacemos condiciona, y acaba también determinando, nuestro estado de ánimo.
Otro de los efectos comunes que suele tener este estado es la necesidad imperiosa por entender lo que nos sucede. Queremos respuestas, las queremos ya y tenemos la percepción errónea de que al encontrarlas todo se "solucionará". Sin embargo, cuando estamos en un estado de ansiedad los problemas suelen manifestarte en nuestra frente pero nos cuesta analizarlos o tomar decisiones con perspectiva. En ocasiones, dejar de intentar buscar soluciones y dejar de dar vueltas al problema sin ningún tipo de pensamiento productivo es una buena opción ─este mecanismo de dar vueltas al pensamiento sin el encuentro de soluciones útiles tiene el nombre técnico de rumiación─. Cuanto más relajados estemos más capaces seremos de conectar ideas, teniendo en cuenta una perspectiva de conjunto de aquello que nos preocupa, y no nos dejaremos llevar únicamente por el miedo y la urgencia por obtener respuestas. Una vez que el estado fisiológico ─la ola─ cambie, todo adquirirá otro color. Las concentraciones de neurotransmisores que suele haber en el estado de malestar repercute, en los pensamientos y las pautas neuronales que se activan. Debemos recordar que todo lo que sentimos y pensamos en ese momento está influido por el tono dramático de nuestro estado. Debemos escucharnos, pero ser conscientes de cómo dicho estado influye en la calidad de nuestros pensamientos. Cuando el estado pase también cambiaremos la manera de pensar.
Otra de las cosas que debemos recordar es que la mayoría de personas suele exponerse a períodos de disforia. Podríamos bromear y pensar que lo contrario sería sospechoso. La realidad psicológica y la naturaleza psicológica es en sí misma fluctuante. El problema es percibirlo como algo indeseable, como un estado que queremos rechazar y no admitir en nuestra experiencia. Cuando no lo percibimos como algo normal nos genera más sufrimiento del que nos corresponde y que van mas allá de las funciones de ese dolor. Estos hechos están influidos por la falta de tolerancia al dolor y frustración cultivadas desde el seno de nuestra cultura. A veces hay que experimentar dolor. Si no lo hiciéramos no sabríamos las cosas que nos importan, ni resolveríamos nuestros dilemas ponderando de manera adecuada el riesgo en nuestras decisiones. Los retos que nos expone la vida suelen conllevar conflicto de interés. Nuestro cerebro es un ente complejo en dinámica constante, en algunas ocasiones predominará la valoración de aspectos afectuosos, y en otros, aspectos más cognitivos. En algunas ocasiones pareceremos rendidos a la capacidad de asumir riesgo y, en otras, tendremos miedo y querremos operar, por encima de todo, por un principio de cautela. Ante todo, no somos seres lineales. El intentar ser “invulnerable” y nunca experimentar miedo nos puede llevar a malos derroteros como el consumo recurrente de drogas como un intento de "neutralizar" ese estado rechazado.
El mundo en el que vivimos actualmente requiere decisiones complejas, no siempre tenemos la capacidad de evaluar todos los pros y contras, ni siquiera podemos tener claro qué variables tener en cuenta para las decisiones que tomamos. Cada personas nos dirá una versión distinta de nuestro problema, podemos llegar a experimentar una sensación de caos que nos avoque a pensar que no existe una manera correcta de resolver los problemas que tenemos. Lo normal, cuando nos exponemos a condiciones confusas o decisiones difíciles es que fluctuemos, cuanto más grado de incertidumbre tenemos sobre nuestro futuro más probable será que experimentemos “bajones” en momentos en los que esa parte “cautelosa y conservadora” de nosotros tome el monopolio de nuestro estado psicológico.
Como conclusión. En esta entrada no pretendo abarcar todas las implicaciones del malestar. Puede deberse a una infinidad de motivos. Para cada persona significa una cosa distinta y lo afronta de un distinto modo. Los vaivenes emocionales son el lenguaje que habla de nuestros necesidades y nuestra circunstancia vital, y cada persona tiene una coyuntura totalmente distinta. Sin embargo, estas nociones generales nos pueden ayudar a acabar tomando las decisiones más respetuosas con nosotros mismos y puede inclinarnos a dejar de reforzar el círculo vicioso de la disforia. Es importante delimitar la diferencia entre dolor y sufrimiento. Lo primero es algo funcional que debemos escuchar y permitir que tenga cavidad en nosotros, lo segundo es el círculo viciosos del dolor mal gestionado que no nos suele llevar a ningún lado y que se alimenta por conductas escapistas y dañinas. Lo importante es, si estás en estado disfórico, no “demonices” tu estado. Respétalo, esta ahí por algo, cuídate como un bebé vulnerable. Dejar de alimentar el malestar no quiere decir suprimir el dolor. Hay que encontrar un equilibrio entre permitir el estado sin escapar de él, y afrontar lo que nos sucede sin dejarnos atrapar.
Quizás no lo comprendas, pero seguramente tengas motivos para que ese dolor esté ahí ─miedos, expectativas, frustración, pérdidas, necesidades no respetadas, pueden ser algunos de ellos─, aunque no lo comprendas intenta hacerte a la idea de que lo importante es permitirlo, con el tiempo lo entenderás ─no subestimes la capacidad inherente y natural de toda persona para autocomprenderse. Si te diriges a ti mismo de manera autorespetuosa; te vinculas a fuentes que te permitan construir y obtener ayuda, y te dispones a ejercer los cambios que necesitas, entonces, las respuestas aparecerán─.
Cuanto más respetes esos momentos y menos hagas por escapar de “la ola”, menos dolorosos serán esos episodios y más sentido tendrán. Nunca olvides, que si no fuera por el dolor nunca podríamos regularnos y adaptarnos a nuestro entorno.
Francisco Escudero - 14/07/18
Psicólogo en Los Remedios, Sevilla: www.fescudero.com Psicólogo adicciones. Contacta con nosotros
Tambien en Bormujos: www.centrobiem.es
No podría estar más de acuerdo con el artículo. Desafortunadamente, es tan importante tener en cuenta lo pasajeros que son los momentos de bajón, como es difícil. Como bien dices, en el momento malo parece que la disforia ha venido para quedarse.
Gracias por este post!!!