La infancia debería ser la mejor edad para ensayar las tragedias.
Los cuentos de hadas y los juegos siempre han tenido funciones muy particulares en los niños. Permiten afrontar de manera indirecta o virtual las grandes verdades de la existencia. El autor Bruno Bettelheim realiza un análisis sobre la función de los cuentos de hadas en el desarrollo de los niños. Lo que describe es que con el paso de la historia se ha detectado un aumento del tabú y un alejamiento de los temas centrales que antes se trataban.
No es difícil llegar a la conclusión, que en parte, esta tendencia se pueda explicar por la sobreprotección infantil que caracteriza a nuestra época. Existe la idea compartida en el imaginario de la población de que debemos evitar que los niños sufran, que debemos evitar que se expongan a las grandes verdades porque creemos que, si no, su sistema emocional o su capacidad de aceptar los hechos rebosaría y acabaría por hacerles un daño "traumatizante e irreparable". Lo cierto es que con los niños hay que ser delicado, hay que entender y acomodarse a esa "fragilidad". Su fragilidad responde a su intensidad emocional. El problema es que la mayoría de gente obvia que también tienen mayor labilidad y flexibilidad emocional que los adultos. Del mismo modo que los niños reaccionan con más intensidad debido a que aun no han desarrollado todos los mecanismos para regularse emocionalmente, también cambian de estado emocional con más frecuencia y tienen mayor capacidad para cambiar de punto de vista debido a su alta plasticidad neuronal. Están más abiertos al aprendizaje.
La infancia es un período de ensayo. No es un período en el cual todo deba estar a nuestro servicio y coloreado ingenuamente para que a los 25 años ¡de repente! tengamos que hacernos cargo de nuestras obligaciones. Cuando uno no ha aprendido a entrenar los recursos para hacer frente a las dificultades es cuando vienen las depresiones, la ansiedad, las adicciones y los "no quiero hacer nada en mi vida". Estos son mecanismos primarios que acabamos por reforzar cuando no tenemos una manera superior de hacer frente a los retos que nos pone la vida. Dichos recursos se pueden adquirir, pero al igual que un idioma, éste se acercará más al nivel bilingüe cuanto más temprano se entrene. La infancia no está separada de la adultez, el neurodesarrollo y la maduración conlleva un aprendizaje progresivo. Nadie se puede trasformar de repente en algo que no ha ido mecanizando y aprendiendo desde niño. Es muy común escuchar a algún padre decir "ya cuando sea mayor aprenderá a lidiar con esas dificultades". Dicha perspectiva no hace más que comprometer y limitar el desarrollo de los niños.
Mucha gente cree que entrenar a un niño a absorber la crudeza de la vida supone cierta crueldad o ausencia de empatía. Asumir que un niño está en proceso de desarrollo y que es en ese período cuando más facilidad va a tener para desarrollar su maduración emocional supone darle herramientas, hacerle un favor, ayudarlo. Y no lo contrario. El período de la infancia está para permitirnos, en condiciones de seguridad y tutela, que ese niño aprenda a aceptar las malas noticias, a entender que los resultados son consecuencia del esfuerzo, a desarrollar su empatía, a gestionar el estrés, a aprender sobre humildad, y un largo etc. De lo contrario, cuando crezcan se verán indefensos y desprovistos de recursos personales. Si a esto añadimos que esos niños han aprendido que pueden obtener todo lo que quieran sin esfuerzo, es muy probable, que con el tiempo no se quieran desprender de ese derecho aun cuando, en ocasiones, mantener ese derecho conlleve sacrificar la empatía y el respeto al otro.
Otro de los temas que se evitan es el de la muerte. Todos nos creamos cuentos sobre la muerte. A día de hoy hay una gran dificultad para normalizar este último período de la vida que protagonizamos. Como reflejo de nuestra incapacidad social preferimos no lidiar con este tema con los niños. Pero lo cierto es que una vida que nos permite normalizar la muerte desde que somos pequeños y nos permite afrontarla, sería una vida no expuesta a la "evitación de lo inevitable", sino entregada a la plenitud que conlleva ser consciente de nuestra condición vital. Los niños tienen capacidad de sobra para adaptarse a esa realidad. Es mucho más dañino encontrarse de repente con la realidad cuando se supone "ya eres adulto".
Los cuentos (los videojuegos, las películas, etc) no deberían ser un mero entretenimiento. Y estos, lejos de engrandecer la autoimportancia, nos deberían servir para adquirir valores prosociales y aceptar aspectos, que cuanto más tiempo pase, más difícil nos resultara afrontarlos y más ansiedad nos generarán, no quedándonos otra que distraernos de ellos. Dicho sea, la evitación es la raíz de casi todos los trastornos psicológicos.
La labor de los padres no debería suponer evitarles el dolor, sino acompañar cuando este se presenta para que el niño sepa sortear sus problemas, comprender sus dificultades y gestionarse emocionalmente.
Francisco Escudero
17 Noviembre, 2019
Atención psicológico en los Remedios: Psicólogo Sevilla,
Tambien en Bormujos: www.centrobiem.es
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