Cuando lo que piensas te impide la experiencia
Todos tenemos creencias, opiniones y prejuicios. Estos son necesarios para poder discurrir por el mundo sin perdernos. Dichas opiniones pueden ser ser más o menos flexibles o pueden ser más o menos rígidas.
Pero he estado pensando,
¿Cuándo la manera de relacionarnos con nuestras opiniones puede llegar a ser un problema? Y he llegado a la conclusión de que es cuando sistemáticamente dichas emociones te impiden la experiencia.
Me explico, hay personas que tienen un sistema muy rígido de opiniones, y están a tal nivel de fanatismo que tienen muy claro qué es lo que quieren y qué es lo que no quieren en la vida.
Y alrededor de dichas opiniones acaban construyendo una trinchera que les impide tener experiencias.
Si por ejemplo a tí no te gusta un género de música (digamos) la música clásica o no te gusta un tipo de comida como la japonesa puede que cuando empiezas a escuchar esa música se te genere una reacción incómoda o aversiva “ay, es que esto a mí no me gusta”.
Pero si te expones, y si le das tiempo, puede que tras ir más allá de dicha reacción descubras que la comida japonesa no está tan mal. Si no lo pruebo no lo compruebo.
Insisto, todos hacemos esto y está bien que tengamos gustos y opiniones. Pero cuando los prejuicios acaban haciendo que te ocluyas en ti mismo y te acaban alejando de cosas de las que te puedes nutrir positivamente quizá empiezan a ser un problema.
La cuestión es que esto es algo que se entrena y se practica, cuanto más evito (por decir algo random, hablar con gente con tatuajes porque pienso que son agreviso) menos me permito comprobar la variedad de características de gente con tatuajes y a la vez más refuerzo la idea prejuiciosa de que la gente con tatuaje es agrevisa. Si entreno la evitación sistemáticamente de la experiencia voy cavando trincheras más gruesas entre mis opiniones y la realidad.
¿Estoy diciendo que debemos llevar una actitud kamikace e ir en contra de nuestra intuición para poner a prueba nuestros prejuicios? No, de hecho, eso puede ser un problema más grave. Me estoy refiriendo únicamente a cuando esa actitud de exceso de cerrazón, llevada a cuestiones importantes de tu vida, puede acabar por embrutecerte.
Los prejuicios y la intuición nos permiten poner un foco en aquello con lo que hemos tenido experiencias previas. Está bien que existan, éstas nos permiten apuntar con nuestra linterna las cosas y a veces tenemos que confiar muy mucho en lo que opinamos.
Pero quizá hay que preocuparse de dejar, al menos, un resquicio de apertura a la experiencia, porque la experiencia es la que nos permite generar opiniones más complejas y sofisticadas y a la vez mejorar nuestra intuición.
Y esto es lo que pasa con personas fanatizadas de una ideología concreta, que rehúsan hablar con personas que tengan una opinión distinta, que directamente clasifican al otro como indigno de conversación y que se atavían con un arsenal de argumentos constantes para nunca perder en un debate.
Zanjo esta reflexión con estas preguntas. ¿Puedo cuestionar mi opinión? ¿Someto ésta a cuestionamiento? ¿Escucho? ¿Escucho realmente? ¿Considero que las cosas que pienso son cambiables o mis opiniones son firmes e inamovibles? ¿Está mi opinión al servicio de mi intelecto o (al revés) mi psicología está esclavizada o al servicio de mi opinión? ¿Soy consciente de que la percepción que tengo de mí mismo es también una opinión que he construido?
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Francisco Escudero
20-01-24
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